jueves, 29 de noviembre de 2012

Machuca


Por Romina Pinto Pérez.

    Gonzalo Infante y Pedro Machuca, dos niños de 11 años que viven en Santiago de Chile en 1973, meses previos de que el gobierno socialista de Salvador Allende fuera derrocado en el golpe de Estado que encabezó el general Augusto Pinochet, establecen una profunda amistad a pesar de ser de clases sociales opuestas. Pero, ¿cuál es el tema que aborda la película?, ¿la amistad que llevan estos dos niños o el periodo social que enfrentaba el país? Me parece que, si bien es cierto que el director de la película, Andrés Wood, no pretendía ligarse a la escusa política de hacer la película, no intentaba tampoco que el tema no causara alguna conmoción entre sus espectadores.

    En Chile existía y sigue existiendo el gran prejuicio de las películas sobre la dictadura, la mayoría son documentales, y las que no lo son pretenden contar historias de torturas, revuelos y  oposición sobre un bando político. No se suele tocar el tema desde otro punto de vista, desde el lado de la amistad, desde el lado de un niño que no entiende mucho la situación, pero que termina por conocerla  en carne propia.

    Los cineastas chilenos, por supuesto, no son los únicos que se han sentido el interés por tratar temas políticos, Latinoamérica entera se ha destacado por ser una tierra de lucha social. Quizás una de sus razones esté en lo que García Márquez decía: “Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida” (1).

    “Machuca”, sin duda, además de representar el drama de la historia, nos deja una segunda historia, como diría Ricardo Piglia (2), en la que se ve a una sociedad que necesita contar, plasmar de alguna forma lo vivido. Si bien la historia no trata del propio Wood, no es menor aclarar que los hechos ocurrieron en la misma escuela a la cual el asistió, y que sus personajes están basados en personas verídicas.

     Una amistad como la de esos niños nos mostrará de un modo menos crudo a cómo lo solemos ver, de un modo más simple, que no significa que sea menos importante, la realidad de un país que está a punto de estallar. Este Blog pretende abordar la cultura latinoamericana a través del cine. En “Machuca”, no sólo se cuenta un periodo social chileno, si no algo de lo que la mayoría de los países latinos no están ajenos, algo de lo que se habla hasta el día de hoy. 


(1)  García Márquez, Gabriel. La Soledad de América Latina, Discurso de aceptación del Premio Nobel, 1982.
(2)  Piglia, Ricardo. Tesis sobre el cuento en Formas breves, Editorial Anagrama. Bs As 1986.

Conciencia Latinoamericana


Por Romina Pinto Pérez.

  Andrés Wood tenía tan sólo 8 años cuando fue el golpe militar en Chile, alumno del Colegio Saint George de Santiago, alcanzó a presenciar el proyecto que el sacerdote Gerardo Whelan en 1965 confeccionó junto con profesores y funcionarios, el llamado “Programa Experimental”. Este programa entre otras iniciativas entregó becas para que los niños de escasos recursos tuvieran la oportunidad de estudiar en el colegio.

  Años después, Wood crea a Gonzalo Infante, un niño de 11 años de clase alta, quien establece una amistad con Pedro Machuca, uno de los niños que se había ganado la beca del “Programa Experimental”.

  Eduardo Galeano establece que “no hay experiencia de cambio social y político que no se desarrolle a partir de una profundización de la conciencia de la realidad” (1).

  La película “Machuca”, realizada en 2004, retrata esa experiencia, de la que habla Galeano, del director chileno en el Colegio Saint George, sobre la dictadura de 1973 y ese cambio social que vivía el país.

  A pesar de ser una realización de esta década, la historia de estos niños de diferentes clases sociales que se encuentran en un periodo particular en Chile, obtuvo gran revuelvo entre sus espectadores, no sólo chilenos, también latinoamericanos.
Varios temas en común envuelven a Latinoamérica en una sola, es decir, contenidos como: desigualdad social, crisis económica, explotación y violación de los derechos humanos, entre otros, son vistos dentro de numerosas manifestaciones artísticas.
Galeano explica que América Latina nunca dejo de conmoverse por lo que le pasaba a cada país, por eso se escribía, se pintaba, se expresaba en arte. Que “Machuca” sea una más de ellas no es casualidad ya que Chile es uno de “todos esos pedacitos” que forman la “patria grande” latina

  Y no es el único que cree esto, en el texto de Toledo, Silva y Bertolí, los autores establecen que Latinoamérica, a pesar de poseer una “dudosa identidad cultural” como se suele pensar y ser debatida en el texto de Sabogal (2), “debe seguir tomando conciencia de sí misma, de revelar su esencia, sus parámetros y sus cualidades sobre el fondo de otras culturas y afianzar, cada día más, con ello, las bases de su soberanía cultural”.

  
(1)  Galeano, Eduardo. Diez errores o mentiras frecuentes sobre literatura y cultura en América Latina. Nueva sociedad NRO. 56-57, 1989.
(2)   Sabogal, Winston Manrrique. Debate cultural latinoamericano, Cultura, Diario El País, Madrid 3 de diciembre de 2010.
(3)   Toledo Micó, Ruddy, Silva Pupo, Mercedes, Bertolí Velásquez, Beatriz. El arte como expresión de la identidad cultural en América Latina, Enfocarte.com Nº24 Arte y comunicación en red, Letras, Pensamiento. 

"Machuca" y los problemas de difusión del cine latinoamericano.

por Rocío Celasco.

Por de mi tardío acercamiento a la obra de Andrés Wood, tras informarme sobre distintas críticas sobre la película “Machuca”, me he enterado de que la administradora del cine Showtime en Osorno, Ximena Pool, aseguró que la película no debía ser proyectada en su ciudad por ser poco rentable y politizada. Si bien esta mujer debió renunciar a su trabajo, y el cine aclaró no hacerse cargo de sus palabras, independientemente de esto, me interesa pensar en cómo es posible que en esta época pueda sostenerse ese tipo de pensamiento. ¿Cómo pensar en censurar algo que forma parte de la cultura? ¿Por qué dejar de lado una pieza de arte por contener parte de la historia que nos identifica, no solo a su país, sino a todos los latinoamericanos?
En el marco del fin del gobierno de Allende, previo al golpe de Estado de 1793, cuando un colegio religioso pone en funcionamiento un programa de integración social, se conocen dos niños, uno de clase acomodada y otro marginal. A partir de una estructura trillada, la de dos amigos que no deben serlo, presente en tantas fábulas, conmueve como si fuera la primera vez que se ve. Entonces, cuando las reglas sociales implícitas fallan, nace esta amistad. “Machuca” cuestiona la violencia a la que se expone a un niño y hasta dónde los personajes que encarnan a su clase son actores o víctimas del lugar que les toca ocupar.
Gonzalo, el niño rico que comienza a observar y hasta participar de los códigos de la vida marginal, parece ser, junto con el espectador, el único que puede ver las dos caras de la moneda. Esta mirada nos permite una riqueza de información, podemos ver ambos lados sin perjuicios. Sobretodo por tratar el tema de la dictadura en Chile, creo que es una película muy recomendable y además, creo que la falta de difusión tiene que ver con un problema general que es el escaso lugar que se le da al cine latinoamericano, así como también sucede con otras producciones culturales. No me extraña entonces la falta de información de la gente respecto a los más importantes sucesos locales.
Por esto, a diferencia de la ex-administradora del cine de Osorno pienso que todos debemos ver “Machuca”, que pasado un tiempo debe promoverse en el ámbito cultural, justamente por su contenido político, social y polémico, que nos invita a reflexionar sobre una de los más inexplicables y cueles períodos de nuestra historia. 


Los ojos brillantes

Por Rocío Celasco.

A las doce de la noche, tres niños se escaparon de un chalet ubicado a unas cuadras del centro de la cuidad. Mateo y Raúl llevaban una camisa bien planchada, un pulóver al cuerpo, con pantalones y zapatos de vestir. Ignacio llevaba un pijama y zapatos, porque lo apuraron a salir rápido sus amigos, antes de que los padres de Mateo los descubrieran.
El papá de Mateo, que era progresista, les había contado una historia. Reunidos en el living, él sentado en el sillón de terciopelo, con un whisky en las manos, y ellos sentados en el suelo, escuchando, entreabrían la boca sin saber qué pensar. Les contó una historia que estaba por pasar: la de la guerrilla para recuperar el poder. Cuando terminó, se paró y fue hacía la cocina y beso a su mujer. “Me escuchan como si fuera una historia de epopeya, pero es real, Rosa, se viene la lucha y el fin de esta porquería”, la mamá de Mateo se rió y lo mandó a dormir.
          Iban llegando a la avenida principal, y aunque era marzo, se había levantado un viento frío, que les llenó de polvo la vista. Al papá de Mateo, para que le creyeran y porque estaba emocionado, se le había ocurrido decirles la hora y el lugar exacto de una reunión clandestina que se haría esa misma noche. Había logrado compartir su exaltación con los chicos, quienes se dirigían a espiar a la supuesta reunión.
Antes de llegar a la avenida vieron a lo lejos un vigilante. Retrocedieron y se aplastaron contra la pared riendo por la excitación y el miedo de estar violando el toque de queda. Cuando perdieron de vista al militar, decidieron desviar su camino para no atravesar la avenida. Volvieron sobre sus pasos, la calle estaba gris y calma, aunque parecía que se avecinaba una tormenta. Tras doblar una esquina, el polvo volvió a tapar sus ojos, y al destapárseles la visión, Raúl, que era el menos sensible, freno con la mano a Mateo que seguía restregándose los ojos. Retrocedieron los tres, espantados, no tanto de lo que veían sino de lo cerca que estaba. Dos militares con sus escopetas perseguían a un hombre. Pero el hombre no corría desesperado, solo se alejaba y se daba vuelta para insultarlos. Dos veces lo alcanzaron y tiraron al suelo, pateándolo, pero este se levantó y siguió corriendo casi en círculos. Los niños asomados se miraban entre ellos y volvían a mirar. Por sus mentes pasó muchas veces la idea de volver enseguida a la casa, pero ninguno se animó a decir nada, porque después de todo, había salido buscando una aventura. Lo volvieron a tirar al suelo, esta vez pusieron un pie sobre su pecho para que no pudiera levantarse.
Tenía el pelo largo y una barba desprolija, de esos que el papá de Ignacio siempre le decía “Mira ese… pff ¡ni se le ve la cara!”. Pero si se le veía la cara. Los ojos brillantes y húmedos, pero desafiantes, recorrían la larga pistola que lo apuntaba. La violencia del viento calmó y un silencio suspendió la tormenta. El hombre frunció la boca hasta dejar escapar con dificultar, por la presión de la bota en el pecho que le cortaba el aire, en un débil sonido “hijo ‘e puta”. Rompió el silencio una explosión, los niños no se acuerdan si fue primero el trueno o los tiros, pronto la lluvia se sumó al estruendo y la confusión se apoderó de sus recuerdos.



Una mañana


Subo mi corbata, entro a la escuela.
La mañana se acelera.
Corren por el patio, entran al salón
Los hombres verdes nos esperan.

Docentes se van, otros llegan
Asustando al alumnado.
No tienen tiza, ni delantal
Van vestidos de soldados.

Tocan la campana, salgo a la vereda
Todos traen su bandera.
Marchan por las calles, gritan con pasión
En los cielos balas vuelan. 

Romina Pinto Pérez.

En nombre de la patria

Las lágrimas caen desde la cordillera
y un grito ahogado se desarma
el mundo es distinto a como era:
nos golpean en nombre de la patria.

En nombre del orden y de la mesura
desaparecen también las almas
en las garras injustas de la tortura
mueren aunque su voz no calla.

Los que quedan se defienden con fuerza
Desafiando, sin miedo y armados
y allí quedan los supuestos patriotas
recogiendo la violencia que han sembrado.

Rocío Abril Celasco.